lunes, 28 de febrero de 2011

CALSECA, POR JOSÉ RAMÓN SAIZ

Viaje a Calseca, tierra pobre de Cantabria

Existe una determinada imagen de Cantabria bien implantada en el resto de España, que está haciendo un mal enorme a nuestra tierra. Me refiero a la referencia que sobre Cantabria poseen millones de españoles en cuanto a que formamos parte de una región de alto nivel de vida, consumismo, progreso y bienestar, es decir, algo así de región feliz y sin problemas. La imagen que, aun siendo probablemente favorable para la promoción turística de la región, es, sin embargo, falsa, y por ello debemos combatir esos abusivos slogans de región-paraíso y de alto consumismo, que no corresponden a nuestra decaída posición en la renta per cápita en relación con el resto de comunidades y provincias españolas.
Es muy probable que esa visión, en cierta manera extraordinaria, pueda ser el resultado lógico de una rápida visita a la capital santanderina o a los bellos rincones que ofrece nuestra naturaleza que, efectivamente, favorece a nuestra comunidad por encima de otras muchas tierras de España, impresión ésta que compartimos tanto los de aquí como quienes nos visitan. Pero esta visión que si puede responder a la expresión de un sentimiento que ofrece una bella geografía, no es, por supuesto, el resultado o la conclusión de un profundo análisis sobre la situación económico-social de Cantabria, con múltiples y diversos problemas como graves hipotecas cara al futuro o del repaso objetivo a un evidente atraso de algunos de nuestros pueblos, que no son pocos. Y así, el hecho real y cierto de que un servicio tan indispensable en la sociedad actual desde hace varias décadas, como es el de la electrificación, no haya llegado aun a decenas de pueblos y centenares de domicilios donde viven familias cántabras con hijos en edad escolar, es el síntoma más evidente de que hay o existe una Cantabria pobre, atrasada y que sufre la injusticia más absoluta, si nos fijamos en los servicios múltiples y a veces eficientes de la Cantabria urbana, a pesar de los esfuerzos inversores realizados en los últimos dos o tres años a favor de las comarcas rurales.
Calseca, por ejemplo, es un pueblo del valle de Ruesga, que limita con Soba, cuenta con treinta o cuarenta casas diseminadas, y hasta el año pasado no tenía luz, ni tampoco carretera, es decir, formaba parte de la Cantabria tercermundista que muchas mentes, acaso por la lógica de los tiempos, pueden pensar que ya no existe. Las horas vividas en Calseca fueron suficientes para conocer y compartir los problemas de estos cántabros del interior y profundizar, también, en el pensamiento e ideas de estas gentes, que trabajan muchas horas al día y que, sin embargo, ese enorme esfuerzo diario todavía no les ha permitido elevar su hábitat, pues viven en casas deprimentes, sin el más mínimo confort y habitabilidad, ya que las cabañas (nombre en muchos casos más apropiado que el de casas) apenas cuentas con una vieja cocina sólo, en algunos casos separada con una tablas de la única habitación donde alcanzan el descanso diario padres e hijos.
La experiencia de Calseca es importante para quienes aspiren a comprobar la existencia de profundas desigualdades en nuestra común región. Pero Calseca no es el ejemplo único de la presencia de una Cantabria deprimida; desgraciadamente existen muchos pueblos cántabros en los que las condiciones de vida no corresponden a la dinámica de una sociedad moderna, en la que estamos plenamente inmersos, aunque compartamos una profunda y larga crisis.
El contacto necesariamente sincero y directo con los calsecanos fue realmente positivo. El encuentro, para quienes no están acostumbradas a tener muchas visitas, contaba con los ingredientes necesarios. El alcalde de Ruesga, José Manuel Alonso Vega, para escuchar sus reivindicaciones en una especie de un concejo abierto; un gran futbolista y persona, Enrique Setién, compartiendo con los escolares las comunes aficiones al balompié (precisamente en un pueblo donde es imposible construir un capo por falta de terreno apropiado) y, por último, la presencia del veterinario de la zona, y la mía, anunciada como escritor de temas cántabros. A la remozada escuela, en mucho mejor estado que las casas en las que habitan los calsecanos (que puede demostrar su interés por la superior cultura y la educación de los hijos) acudieron los abuelos, padres y escolares para intervenir en un diálogo abierto que, en el caso, por ejemplo, de Quique, se convirtió en un duro marcaje de preguntas y curiosidades dentro de un entusiasmo quizás sorprendente, pero no tanto si al final nos enteramos que, a través de la radio y mientras cuidas las vacas y las ovejas, los jóvenes escolares, sin diferencia se sexo, se han convertido en grandes seguidores del primer equipo de la región y de su capitán, quien, por otra parte, encontró en aquellos parajes el rastro de sus antepasados, en una comarca donde el apellido Setién es tan histórico y tradicional como repetido en l línea genealógica de muchas familias.
De lo allí comentado, con preguntas y respuestas, así como esporádicas reflexiones, hemos comprobado un sentimiento y fidelidad de los calsecanos a sus orígenes, a la tierra que trabajan y a su modelo de vida, aunque es lógico que aspiren a mejorar sus casas, a que los chicos tengan acceso a la cultura y a la educación que ello nos disfrutaron, además de mejorar su cabaña ganadera y obtener mayores beneficios. Este año la seguía les ha jugado una mala pasada y perderán ingresos, sin posibilidad de acceder a créditos oficiales, porque desconocen esta clase de ayudas y, en el fondo, apenas tienen fe en sus ventajas para el tipo y forma de vida y de trabajo que llevan.
Los cántabros de Calseca, como probablemente los que viven en otras zonas deprimidas de Cantabria, están acostumbrados a las promesas. La más importante para todos los calsecanos tardó veinte años en materializarse, pues recuerdan como en 1963 ingresaron en una cuenta oficial unos dineros para acceder a la electrificación. Aquellos fondos fueron retirados dos o tres años más tarde por el incumplimiento de la promesa, que se hizo realidad casi dos décadas más tarde, ya en 1983, cundo alcanzaron la ansiada luz, pero ya con carácter gratuito gracias al primer Gobierno de la Cantabria autónoma. Hoy, estos calsecanos, padres de familia, con la realidad de la luz y de la carretera, solo aspiran, no a vivir bien, sino a que sus hijos si pueden gozar de mejores condiciones de vida. Esta es su más ansiada y emotiva aspiración, que defienden a ultranza.
Las cinco o seis horas de Calseca se agotaron cuando comenzó a caer la noche y se sentía el frío, al tiempo que las tímidas luces dibujaban la situación diseminada de las cabañas. Fue una jornada entrañable y solidaria que merece ser vivida en cada uno de los pueblos de Cantabria que aun no han accedido a la modernidad, y que exigen el cumplimiento del principio constitucional de la solidaridad.

EL DIARIO MONTAÑÉS - 23 de octubre de 1984




 

No hay comentarios:

Publicar un comentario