lunes, 28 de febrero de 2011

LOS CUENTOS DE JOSELÓN


 Cuentos pasiegos de tradición oral


José María Pérez Ruiz
“Joselón”



I
Las berzas de nuestro huerto


Decían que había un hombre que se daba de farruco, pero que era un cagau!. (Esto lo contaban los pobres).
Y resulta que había vendido unas yeguas, y tenía que atravesar una mies. Y le dice la mujer:
- “Será mejor que vaya yo contigo. A ver si salen y te quitan el dinero de las yeguas!”.
- “¿A mí?. Ni aunque salgan cuatro!”.
Conque, fue la mujer, se vistió de hombre, y se le adelantó por un atajo, y le salió al encuentro. Entonces, dice que le dice:
- “Alto!!”.
- “Aaalto eeestá!”.
- “El dinero de las yeguas!”.
-“Tee … téngalo!”.
Bueno!, fue la mujer, -que estaba disfrazada de hombre-, le pegó unos azotes en el culo!, y al más que no cuento! … Se fue pa casa, y cuando llegó él, todo cabizbajo, le dice la mujer:
-“¿Qué pasó!?. Ay Dios mío!. Ya te quitaron el dinero de las yeguas”.
-“Síiii. Sssi que me lo quitaron. Fueron cinco. Fueron cinco”.
(Y resulta que había sido ella sóla, claro!).
-“Que fueron cinco??”.
-“Sí si. Cinco fueron !”.
- “Con que cinco eh?!. A que sé yo lo que te hicieron?”.
- “Siii?. ¿Qué me hicieron?!”.
- “Que te pegaron unos azotes en el culo!, y, después, te tiraron… un pedo en la cara!. ¡Ay so tonto!, si era yo!”.
Y dice él:
- “Ay Mariuca!!. Así que me olía tanto a mí a las berzas del nuestro huerto!!”.
Mi abuela Romana nos decía “iros p´allá!, que son cuentos picantes!”. Y nosotros, como crios!, nos volvíamos locos allí escuchando a los pobres,allí rodeados tos ellos al lau de aquella lumbruca de leña, y poco que comer, todos de la misma fuente. Porque no teníamos otra diversión entonces!.   


II
El tocho al molino

Era un muchacho que era tonto.
Le mandó la madre con una fanega y cuatro celemines, al molino!.
Y dice el tocho:
   -“Y si se me olvida, ¿qué?”.
(Lu que le tenía que decir, al molinero, que llevaba!).
-“Pos vas dijéndolo”.
Arranca, y el tocho iba por el camino …
-“Una fanega, y cuatro celemines. Una fanega, y cuatro celemines”.
Y, estaban en una tierra cogiendo trigo, -segando!-. Se queda mirando, mientras decía:
-“Una fanega y cuatro celemines”.
-“¿Una fa…?. ¿Qué dice usté!?. ¿Qué no salga más que una fanega y cuatro celemines?”.
-“Pos sí. Una fanega y cuatro …”.
Salieron, y le cascaron la peroja!.
-“Pos, ¿qué hay que decir?”.
-“Que cuanto más salga, mejor …!”.
Tira p´alante!... y salían con un muerto. Se quedó mirando también…
-“Cuanto más haiga, mejor. Cuanto más haiga, mejor! …”.
Me! cagüen diez!. Va uno, sale …
-“Que cuantos más muertos, mejor?”.
Y le pegó una paliza.
-“Pos, ¿qué hay que decir?”.
-“Que en cien años no salgan más. Que en cien años no salgan más!”.
Iba repitiendo el tocho:
-“De cien en cien años uno. Que en cien años no salgan más Que en cien años no salgan más!”.
Y va, y … había dos frailes en un barranco, que no podían salir!, y se queda mirando, y:
-“De cien en cien años, uno. Que en cien años no salgan más. Que en cien años no salgan más…”.
Me cagüen diez!, consigue salir uno de los frailes!, y le dio una paliza!.
Y dice el tocho:
-“Pues, no sé!, ¿qué hay que decir?”.
-“Que, como ha salido el unu, que salga el otru!”.
Tira p´alante, y ya llegó al molinu, iba dijendo:
-“Como salió el unu, que salga el otru!”.
Y aquella mañana, s´abía sacau un oju el molineru. Y se quedó mirándoli:
-“Como ha salío el unu, que salga el otru. Como ha salío el unu, que salga el otru!”.
Y claro, el molineru pensaba que dicía que como había salido el un oju saliera el otru. ¡otra paliza!
Y después, vulvió el hombre!, el tocho, sin la fanega, sin los celemines!, y decía:
-“No vuelvo al molinu por tou lo que me den!. Lo que en unos sitios les parece bien, en otru les parece mal!”.


III
Un cortijo en el otro mundo

Era un matrimonio!, que vivía la suegra con ellos. El yerno no se llevaba con ella; y tuvo que marcharse a trabajar a otro sitio, porque no se entendía con la suegra.
La cosa es que!, se pone la vieja muy mala y …!, le dijo a la hija, -que tenía “mucha” dinero la vieja-, que el dinero se lu metiera en la caja cuando se muriera, pa comprales un cortijo en el otro mundo.
Y resulta!. Que se murió, y la hija le metió todo el dinero que tinía en la caja!, y …! la enterraron!.
Y en esto, le escribe al maridu:
-“Que si ha muerto la madre, con lo bueno que era, y… ahora ya puedes venir”.
Llega el marido, y dice ella:
-“Sí, si, se ha muerto, mi madre, y ahora ya puedes estar conmigu. Y mira si era!, -tú no te arreglabas con ella- mira si era buena que la pobre me mandó que li metiera tou el dinero que tinía, en la caja, pa comprarnos un curtijo en el otro mundo pa cuando fuéramos”. 
  Mecagüen diez!, él!, se puso!...
-“Y!, ¿dónde está enterrada?”.
-“En tal sitio”. (Se lo dijo).
Bueno!. La cosa, es que!, fue él p´al cementerio, se puso a cavar y la sacó!. Y sacó el dinero.
Antes de volverla a meter, la puso allí, y pasaron los ladrones, con un sacu de dinero. Venía detrás de ellos, la guardia civil, y tiraron el saco al cementerio. Metió él a la vieja en el saco, y con lo que “traeron” los ladrones, a casa!.
Y resulta que!, ya después que se apaciguó!, los ladrones volvieron a p´ol saco del dineru. Y lo cogió uno, y dice:
-“El demonio me lleve!, u pesa más el saco que antis”.
Y marcharon par´allá!, a un monti. Me!, cagüen diez, que la sacan del saco!... y era una vieja muerta.
Y había subío un vicinu, -un leñador-, con un hijo, al monte, a por leña; y amarraron allí el burro.
El padre estaba cortando la leña más abajo. Y fueron los ladrones!, y pusieron la vieja, la amarraron muy bien, a caballo en el burro. Y resulta que manda el padre al chicu que fuera a bajar el burru. Sube el chicu, y que estaba la vieja encima a caballo!...
-“Ay!, Ay pápa! Que aquí hay un duende!”.
-“Bájame el burru!, no me hagas subir que!..., que te casco!”.
Y que el chicu que no terminaba. Sube el padre!, vió aquel duende!, -estaba ella toa desgreñada-, y!, me! cago en diez!, escapa al pueblo! (el burro lu dejó amarrau). Llegó al pueblo, dio parte!... Y el cura, cogió una yegua!, y marchó al monte a ver qué era!...
Pero el burro estaba enseñau a! castrear las yeguas!. Sube, el cura, con la yegua!, y a la que ve el burro la yegua, hiju!, tiró y arrancó el cordel, y le rompió, y echa a correr derecho a donde el cura!, el cura arrancó pal pueblo, y el burro detrás de él, con la vieja a caballo!. Y la primera casa que tenían que pasar era la de los hijos de la vieja; y cuando pasaban por delante de la puerta, asoma la hija y dice:
-“Ay, si es mi madre, si es mi madre!”.
Soma el marido y dice:
-“Ajá!. Tu madre, eh?!. Dicía, que iba a comprar un cortijo pa cuando fuéramos al otro mundu, y con el dinero que le metiste se ha comprau un burru! p´andar a caballo”.        


IV
La vaca del cura


Era un cura que tenía una vaca que le daba leche. Y va un día un señor que bía allí, que era padre de muchos hijos, coge la vaca, que la mata, que se la lleva pa casa, y que comen la vaca!. Y el cura… que no sabía por onde bía ido la vaca! ni na!. Que no!, ¡que se perdió la vaca del cura!. Y pasa un día uno de los chavales del que mató la vaca, por la calle del cura, iba diciendo él:
“La vaca rabona,
Del cura chiquito!
Matóla mi padre,
¡qué buenos pucheros!
Nos pone mi madre!.”
El cura que lo oye!:
“Oye chaval, haz el favor!.
¿Tú serías capaz de cantar esa…
esa seguidilla el domingo en misa?. ¡Te compro un traje!.
¡Pero… ¡un traje eh! te compro”.
“Sí señor, sí!”
Pero que va pa casa, y se lo cuenta a la madre, y al padre:
“Mire, que, canté esto, y el cura…”
“Vas allá, y le dices que te compre primero el traje, que no tienes con qué ir”.
Y fue p´allá y dice:
“Oiga señor cura!. Que me tiene que comprar el traje, que si no no tengo con qué ir a cantar la canción!”.
“Sí si!. Vamos a la tienda!”.
Le compra el traje, se le deja puesto el chaval!, y va pa casa y le dicen los padres:
“Mira, tú la que vas a cantar va a ser ésta.
Y apréndetela bien, eh!. Porque sino cantas ésta, ¡ya veremos a ver los restriegos que te saco!”.
Y entonces, pues… el cura creía que iba a cantar la que le bía oído al chaval!. Y ya llega la homilía, y dice:
“Bueno!. Señores filigreses. Ahora por boca de un niño van a oir ustedes la mayor verdá que puede decir un niño!. Porque los niños, como se sabe, no dicen na más que la verdad!. Y va a cantar una canción, y ustedes la van a escuchar. ¡A ver niño!, ¡ponte!”.
Y lo sube a las gradas!, y el cura se… ¡se pon allí, muy satisfecho!, y dice:
“Empieza niño, empieza!”.
Y canta el chaval:
“El cura chiquito!
dormió con mi madre!.
¡Qué buena será!
Si mi padre lo sabe!”.
Y salta el cura:
“Orate frates!. Lo que dicen los críos, tóo son disparates”.





Joselón en la plaza de San Roque de Ríomiera


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