jueves, 31 de marzo de 2011

SIN ACCESOS A LAS VIVIENDAS DE CALSECA EN EL SIGLO XXI

Los vecinos de Calseca (Ruesga) dicen sentir envidia de los de Valdició (Soba), por sorprendente que parezca. Unos y otros carecen de muchas cosas, pero éstos, al menos, pueden acceder a sus viviendas por carretera o, en el peor de los casos, a través de una pista forestal.

En Calseca, en cambio, no todos pueden hacerlo. Algunas casas no disponen de pista forestal y el acceso a las mismas sólo es posible a través de un camino peatonal que, campo a través, cruza por prados y veredas. El camino en realidad no existía como tal, pero, de tanto andar sobre la hierba, de tantas idas y venidas, las huellas humanas han ido dibujando su trazado sobre el terreno.

En Calseca y en Valdició, los viejos problemas de siempre, que hasta fechas bien recientes identificaban a unos y otros, por compartidos, han ido solucionándose en unos casos, pero no en otros. En pleno siglo XXI, tener accesos a la vivienda propia sigue siendo motivo de envidia para algunos, como si algo tan básico y necesario constituyera de hecho un privilegio.

En Cantabria, el siglo XXI se resiste a entrar en algunos lugares, como si la marea del progreso no alcanzara a cubrir los confines territoriales de esta tierra. ¿Cómo para no sentir envidia!

Camino de cabras

En el pueblo de Calseca viven cuarenta personas, repartidas en una docena de viviendas. Hay otras casas y cabañas, pero han sido abandonadas o se utilizan únicamente como alojamientos de fin de semana. Sólo una docena de inmuebles tienen la condición de primera residencia.

José Pérez Samperio, "Pepín"  


En una de ellas habitan Cipriano y Carmina, junto con sus dos hijos. La suya es una de las viviendas a las que no es posible acceder en vehículo, ni siquiera en un todoterreno. Para llegar es preciso recorrer un largo camino, por supuesto cuesta arriba, desde el punto exacto en el que ha quedado estacionado el vehículo hasta la entrada misma al inmueble. En torno a 400 metros de camino a través del campo.


En días soleados, el recorrido puede convertirse en un hermoso paseo. Al fin y al cabo, el paisaje circundante agrada va cualquiera y quien lo recorra, podrá contemplar la naturaleza en su vertiente más hermosa y espontánea.


En días lluviosos, en cambio, el camino se torna tortuoso. El barro hace el sendero impracticable y caminar se convierte en un riesgo, incluso, debido a los posibles patinazos. Usar una hermosa vara de avellano, como apoyo, resulta imprescindible al andar por estos terrenos.


Carmina observa el camino y recuerda aquellos años en que sus hijos, de niños, iban a la escuela cada mañana por éste mismo camino. «Esta cría salía de casa a las seis de la mañana», indica en referencia a su hija Verónica, que asiste a la conversación desde la puerta.


Ahora, el problema es que, si un viernes sale a Selaya por la noche, con la cuadrilla de amigas, el regreso a casa debe de hacerlo sóla, por el sendero, con una triste linterna. «Ya me conozco el camino», afirma Verónica, tomándoselo con humor.


A diario, la falta de accesos no genera menos problemas. «La compra hay que subirla desde Liérganes. Mi marido, mira qué camino tiene para sacar las vacas a la feria y la leche hay que bajarla dos veces al día con un mulo», explica Carmina.


Por no hablar de las enfermedades: «Cuando mi marido se operó de apendicitis, el practicante no quería subir a casa». Un 'día a día' muy complicado, como puede verse.


En esas condiciones, no han de extrañar las quejas de Carmina cuando afirma que «tengo ahí arriba cabañas con cabras que tienen pistas, y la casa no». Según ella, «puede haber otras entradas iguales, pero peores no las hay».


En otra zona


Para Carmina y Verónica, las voces femeninas de la familia, la solución al problema de los accesos es «la solución a todos los males». Pero su vivienda no es la única que viven en esta situación, ya que en otra zona del pueblo, antes de llegar al cruce con San Roque de Riomiera, llegando desde Liérganes, un par de casas padecen el mismo drama.


De hecho, hace sólo unos días fue preciso sacar a hombros a un anciano, aquejado de mareos. Como la ambulancia no podía llegar hasta la puerta de la casa, entre varios vecinos lo sentaron en una silla y lo llevaron 'en andas', como sucede en las procesiones religiosas con la imagen del santo. Una imagen cómica, pero dura al mismo tiempo.


Si a todo el mundo le asusta pensar en los años y en la enfermedad, mucho más a quien vive en un lugar solitario y hasta cierto punto incomunicado.


Promesas y soluciones


Todos ellos quieren soluciones y, de hecho, han recibido promesas muy diversas en los últimos tiempos.


Quienes se encuentran más próximos a la carretera llegaron a ver las palas trabajando, incluso. Fue hace casi un año. Luego, en diciembre, «después de unos días de trabajo, dijeron los obreros que se iban de vacaciones y no han vuelto». «Han destrozado el prado pero no han solucionado nada», afirman.


Pepín, un vecino del lugar, todavía recuerda las promesas de los políticos: «Hace cinco años que dijo Revilla que llegarían las carreteras y las pistas a todas las casas, y mira cómo estamos».


«En Valdició si tienen carreteras», recuerda Carmina. La suya es una obsesión, porque nadie pone remedio a un problema que vive y sufre todos los días del año. «Me echo a temblar pensando que llega otro invierno».


Fue el propio alcalde de Ruesga, Ramón Ochoa, quien le prometió una solución, pero el problema sigue en sus mismos términos. Carmina insiste en que en otros lugares se han resuelto estos inconvenientes: «No sé qué alcaldes tienen». Al acabar, Carmina ofrece palos a todos. Son imprescindibles para bajar. Y se despide: «No vayan a caerse».

El Diario Montañés, 19 de septiembre 2008

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